Sujetos e Identidades Emergentes

A propósito de los Pueblos Indígenas
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Texto

El tiempo que nos ha correspondido vivir está atravesando por profundos cambios en los distintos ámbitos de lo individual, social y del hecho religioso. Con razón se ha calificado como el “paso hacia una nueva época”. Como en períodos similares de la historia, aparece la incertidumbre, ansiedad mezclada con la confusión y dispersión de paradigmas y valores que daban sentido a la existencia.

Individuos e instituciones entran en una fase de reacomodo a las nuevas situaciones, a las transformaciones aceleradas que van apareciendo en el escenario de nuestra cotidianeidad. Sujetos que emergen y piden la palabra protagónica para participar con dignidad, sujetos que demandan construir un mundo donde quepamos todos no solo desde su condición individual, desde su adscripción ciudadana, sino también desde la mediación socio-cultural con su universo simbólico, valores, modelos organizativos y expresiones propias, de forma que el reclamo se amplíe y se identifique por un mundo donde quepan todos los mundos. Se está proponiendo un nuevo modelo relacional, nuevas estructuras sociopolíticas, capaces de articular el hecho multicultural en una pluralidad que garantice el derecho de personas y colectividades.

Es plausible que uno de esos sujetos emergentes que han pasado por un camino de negación a conciencia y reivindicación del “nosotros pueblo” es el colectivo indígena, que en América Latina sobrepasa 50 millones, un gran colectivo disperso, pero en claro proceso de coordinación para ir planteando sus propuestas, sus proyectos de inclusión y participación. El gran conglomerado indígena -pueblos originarios con sus nombres propios- va madurando en la exigencia de su autonomía y, en ciertos aspectos, autodeterminación, sin dejar de participar en el desarrollo común de nuestro mundo, de nuestro futuro. Y es así cómo la globalización, que tiende a homogeneizar, se ve desafiada por la conciencia y el derecho a la diferencia. La alteridad toma rostro y hace cuerpo evidente en los pueblos/naciones indígenas. Y podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que ellos son uno de los nuevos sujetos que proponen con mayor firmeza y perseverancia la construcción de la sociedad plural, pues hablan desde la propia experiencia de despojo y hacen propuestas desde el tejido profundo de su alteridad.

Este es el testimonio del pueblo maya de Guatemala en esta etapa de su historia. No obstante, la otra mitad poblacional de esta nación se siente perpleja, cuestionada a autocomprenderse a sí misma, a reconocer su identidad y diferencia para alcanzar, por los caminos de la relación intercultural, una nueva estructura equitativa y recíproca de las alteridades.

La teología moderna ha facilitado la incorporación de la categoría “persona”, “sujeto” en el discurso de la fe, al relacionarla con la corriente subjetivista, que tiene su inicio significativo en la filosofía de la Ilustración. El Concilio Vaticano II, en el referente de la Iglesia Católica, incorpora esta perspectiva y pone atención a la dignidad y consagración fundamental del bautizado, a la participación de todos en la vida y misión al diálogo entre fe y ciencia, a la relación entre Iglesia y cultura, al derecho; en fin, a desarrollar la diversidad como contenido de la unidad de la fe, como rostro visible de la comunión de la misma fe. Después del Concilio el horizonte se ha ido ampliando, tanto en los pronunciamientos del Magisterio universal y latinoamericano, como en la reflexión teológica, siendo conveniente llamar la atención de un cierto desajuste con la praxis de la Iglesia Universal y las iglesias locales.

La celebración del V Centenario del Descubrimiento y la Evangelización -acontecimiento vivamente debatido- facilitó a las iglesias latinoamericanas meditar sobre el pasado y sus consecuencias, tomar nota de los desafíos y reiterar los principios y criterios de la misión ante un mundo plural como el latinoamericano, en concreto al mundo indígena. La opción por los pobres, como rescate evangélico del proyecto de Dios y responsabilidad eclesial, se ve enriquecida con la opción por los otros, por las alteridades, abriendo el camino a plantear el derecho de los sujetos, individuales y culturales, de las identidades, en la exigencia de la reexpresión de la fe, haciendo factible dicho derecho en el seno de la propia Iglesia. Todo ello, en fin, esta demandando un profundo cambio de actitudes, estructuras y praxis.

A partir de lo señalado hasta aquí, podemos colegir que el desarrollo de nuestra reflexión se moverá en tres líneas de interés:

  1. La conciencia de las identidades, el derecho a la diferencia y sus consecuencias en la construcción del modelo social.
  2. La emergencia de los sujetos indígenas, especialmente en América Latina y particularmente en Guatemala, y su palabra/horizonte reivindicativo como pueblo.
  3. La llamada a la Iglesia a incorporar con coraje y decisión la perspectiva de los sujetos y alteridades, dando lugar a un nuevo modelo de ser Iglesia, asumente de la multiculturalidad.

En esta reflexión me posiciono desde mi experiencia y cooperación pastoral con las comunidades mayas de Verapaz, en el norte de Guatemala. Hago mención del momento particular que vive esta nación desde hace dos décadas, marcadas por una cruel violencia y conflicto entre hermanos que arrojó miles de víctimas y que afectó y sigue afectando a una parte significativa de la población rural, y una década más cercana donde se van poniendo las bases de un proyecto nuevo de nación -aún en proceso de concientización-, que tiene un momento esperanzador en la firma de los Acuerdos de Paz del 29 de diciembre de 1996.

Reitero, desde mi condición de creyente cristiano, la ilusión por un cambio profundo de la Iglesia, capaz de articular sabia y evangélicamente el regalo de la diversidad. Abrigo la sospecha que este posicionamiento concreto puede ser, sin embargo, válido y útil para leer y diseñar la pluralidad de identidades en otros contextos.