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Texto
Hoy escribo el tema de la reconciliación desde lo que he vivido yo como indígena K’iche’ con mi familia, con otras familias y desde la experiencia con otras personas que han dejado guiar y limpiar sus corazones y sus caminos.
Hemos visto, hemos oído, hemos cosechado, hemos y estamos viviendo los buenos frutos de este querido valor de nuestra cultura.
Ha cambiado el acento de nuestra voz, ya escuchamos a los demás con corazón, ya hemos descubierto nuestra sensibilidad humana y dónde está la fuerza que nos impulsa a seguir haciendo bien las cosas.
En toda cultura hay modos, formas y ritos para purificar la vida, para limpiar los caminos del corazón y para vivir en armonía con Dios, con las personas cercanas o lejanas a nosotros, con nuestros difuntos y con la madre naturaleza.
Nos caemos, tropezamos en la vida, son muchas las cosas por las cuales nosotros optamos y dejamos que se desequilibre nuestro corazón, las relaciones con nuestras familias, nuestras amistades, con Dios y con nuestros difuntos.
Lo que levantó mi corazón para escribir los sanos y sabios ritos, en este caso la reconciliación, es haber vivido en carne propia la gran fuerza espiritual que recibimos al mirar y desatar la vida cuando nos sentimos mal y nos desentendemos de nosotros mismos y de las realidades que suceden en nuestra familia, en nuestras comunidades, en nuestros pueblos, en las relaciones con Dios y con el mundo.
Veo, miro y oigo las experiencias de cambio de vida que han tenido las personas que hacen su confesión en el rito cristiano delante del sacerdote. Es importante lo que se hace y gracias a Dios que se haga, al menos esto. Lo cierto es que tiene sus limitaciones, es una relación muy personal e intimista, limitada en el tiempo, que no compromete plenamente al penitente a una verdadera conversión. Sólo el sacerdote escucha lo que se confiesa. El no puede decir casi nada de la vida de la persona que está confesando porque rara vez el sacerdote conoce a su familia y ante quienes haya cometido su mal.
En la mayoría de los casos, el que se confiesa de esa manera sólo busca espacios para desahogarse pero no busca solución a sus problemas, porque no está mirando el rostro, el corazón y no escucha la palabra del corazón de los miembros de su familia. El que se confiesa dice sus pecados en forma general, hasta enredadas a veces, como decimos los K’iche’s: “no limpies tu terreno cortando solo las ramas y el tronco de la mala hierba, hay que arrancarlas desde las raíces para que la tierra esté bien limpia”.
En la cultura K’iche’, el que se confiesa ha de haber hecho antes un camino y un proceso largo y bien definido con la orientación de una anciana o anciano; él se confiesa pero toda la familia ayuda en esta preparación para que todo salga bien.
La confesión o reconciliación K’iche’ que hacemos los de Tz’olojche’, está llena de signos y símbolos, es un gesto donde nos contemplamos los unos a los otros, miramos la vida como parte sagrada de Dios de la que ambos somos responsables para su arreglo, su limpia, su aseo. Así se devuelve la sonrisa al rostro vivo de Dios y la voz a nuestros corazones. Existimos, vivimos y morimos porque somos capaces de desnudarnos delante de la vida para conocernos a nosotros mismos, miramos dónde están nuestras debilidades que acallan la fuerza de nuestro sentir; al hacer esto ayudamos a que los demás se reconozcan a sí mismos pecadores. Todos juntos nos conocemos, confiamos y estamos seguros de que en la reconciliación que hacemos en la familia está presente el corazón de Dios escuchándonos, mirándonos y mostrándonos los caminos por donde tenemos que andar. El siempre nos escucha, tiene abierto su corazón y nos envuelve en el frío de su corazón.
Les digo a ustedes, quienes de una u otra manera viven su fe, a ustedes que trabajan en pequeñas o grandes empresas, a grupos y equipos de trabajo, a todos quienes tienen el privilegio de trabajar con nuestras comunidades: este trabajo que pongo en sus manos es un método que nos ilumina y nos ayuda a descubrirnos a nosotros mismos, nos permite conocer nuestra historia personal y familiar, nos abre nuevas formas de mirar la vida, nos sintoniza con la vida de Dios, con la naturaleza y con nuestros difuntos. Nos orienta en nuestros trabajos para escucharnos a nosotros mismos y escuchar a los demás. De ese modo vamos a mejorar nuestras relaciones interpersonales.
Iluminados mi corazón, mi sabiduría, mis ojos y mis manos por el frío y el viento de Dios, y con la fuerza espiritual que recibimos día y noche de El, lo invito a usted a hacer este proceso de reconciliación porque es alimento para nuestra vida y nuestra estima, es un instrumento de equilibrio que nos une como familia viva, es el camino que nos lleva a hacer los trabajos con corazón, con sabiduría y con espíritu solidario para el bienestar común.
Al leer este trabajo y mirar cada paso que se hace desde el inicio y hasta el final del rito de la reconciliación, hagámoslo con mucho respeto, abramos nuestro pensamiento y nuestro corazón, estemos en profunda oración y hagamos nuestro todo lo que se va mostrando en cada paso.