Ametralladoras y Espíritus de la Montaña

LOS EFECTOS CULTURALES DE LA REPRESIÓN ESTATAL

ENTRE LOS Q’EQCHIES DE GUATEMALA

Precio: Q 25,00

Texto

Este estudio, “Ametralladoras y Espíritus de la Montaña” de R. Wilson*, es una contribución al creciente número de estudios científicos sobre el tema de los efectos de la violencia contra los guatemaltecos, mayas y ladinos. Su difusión se debe realizar no sólo para que cada guatemalteco conozca la historia real de sus compatriotas, sino también para que los hechos negativos en la historia patria permanezcan en la memoria colectiva y se evite su repetición. No es ocultando el pasado como se construye la paz, sino conociendo las causas de los conflictos que no se resolvieron, para volverlos a replantear y entonces resolverlos. Sólo así se garantiza la armonía entre estratos sociales y entre pueblos.

 

Las guerras tienen dos tipos de efectos básicos: los materiales y los espirituales. En Guatemala, y de manera progresiva, se están publicando obras sobre los efectos materiales de la violencia que sufrió el país en la década de los 80. Richard Wilson menciona algunas de ellas. Recientemente se tuvo la oportunidad de conocer el estudio

de Ricardo Falla “Masacres de la Selva”, el que revela gran parte de los hechos de sangre que el Estado guatemalteco realizó en Ixcán, entre 1975 y 1982: desapariciones, torturas, asesinatos selectivos, masacres de grupos, masacres masivas de aldeas enteras, etc. Sin embargo, hay una gran carencia de estudios sobre los efectos espirituales de dicha violencia.

 

La originalidad del estudio de Richard Wilson es centrarse en el análisis de las condiciones subjetivas que permitieron la radicalización política y la rebelión del campesinado q’eqchi’ y de los efectos de la violencia en su cosmogonía. Estudia, pues las causas y efectos espirituales de la guerra.  Sus conclusiones indican que los factores políticos y la misma represión del ejército contra ellos entre 1982 y 1983 modificaron el significado de las imágenes y autoridades religiosas y transformó el énfasis en la naturaleza de las mismas.

 

La religión tradicional, una especie de sincretismo entre mayanismo y cristianismo, y practicada principalmente por ancianos, sufrió modificaciones, pues las condiciones de vida de los refugiados en la montaña, en los campamentos de reeducación y las aldeas estratégicas no permitieron continuar con gran parte de los ritos mayas (ritos de la siembra, etc.). Los católicos contemporáneos, principalmente jóvenes identificados con las fuerzas del cambio social y con una mentalidad más favorable al desarrollo material, también sufrieron la misma suerte, pero su religiosidad pudo subsistir mejor, pues sus ritos y creencias no estaban ligados a un entorno determinado y a un origen común. Pudieron adaptarse mejor a las condiciones de desplazamiento y privación material de la vida de refugiado y a las nuevas condiciones de entorno social y ecológico en las aldeas modelo. Estas modificaciones fueron también generadas y reforzadas, aunque relativamente, por las manipulaciones y presiones que hizo el ejército de los símbolos religiosos de los q’eqchíes.

 

Como en todo estudio que versa sobre temas nuevos o poco abordados, hay en el artículo de Wilson algunos puntos aún no establecidos plenamente, como el considerar que el cambio de la religión tradicional a la católica implica un cambio del politeísmo al monoteísmo. Hasta ahora, dichas concepciones todavía son objeto de estudio y discusión. También hay campos en los que el estudio invita a profundizar más, tal como el efecto de la estratagema utilizada por el ejército nacional al querer hacer creer a los q’eqchíes que ellos eran ahora el nuevo “Tzuultaq’a” (espíritu de la montaña, salvador del pueblo) o el utilizar a su favor la noción de delito y culpabilidad. Es cierto que dichas maniobras y representaciones no fueron o no son suficientes para hacer creer que los militares eran y son una deidad legítima y con algún aspecto positivo, pero permanece la duda sobre el grado de efectividad de estas manipulaciones. Por omisión, este estudio también invita a realizar más encuestas, pero relativas a la conducta de la guerrilla para con los mayas tradicionales. Así, es plausible preguntarse sobre el tratamiento que dio a los creyentes y practicantes de la religión tradicional, ya que éstos no tenían la mentalidad adecuada para participar en alguna sublevación, y por ende pudieron resistirse a apoyar o a involucrarse con la insurgencia.

 

En otro orden de ideas, los datos del estudio tienen efectos en distintas esferas de la vida del país. Contribuyen por ejemplo, a desmentir algunas “verdades” casi oficiales, como la de que todos los desplazados eran cooperantes de los guerrilleros, la de que las patrullas de autodefensa civil fueron constituidas voluntariamente y de que la Iglesia constituyó un bloque unificado en dicho período. Tienen también efectos en la misma Iglesia católica, ya que demuestran que el movimiento de los catequistas fue un movimiento que combatió las creencias y prácticas de la religiosidad q’eqchi’ tradicional. Ahora, con la Nueva Evangelización, el Papa le pide desarrollar una cristianización no etnocida.

 

Indudablemente, este estudio debe formar parte de la historia de Alta Verapaz como Departamento y de los q’eqchíes como comunidad étnica. El conocer esta parte de la historia ayudará a los q’eqchíes a juzgar a las entidades con las que tuvieron o tienen alguna relación (ejército, guerrilla, iglesias, patrullas de autodefensa civil, terratenientes, etc.). También les ayudará a explicar su presente. Quizás su lectura les ayude a ubicarse en alguna de las actuales corrientes de “reanimación indigenista” que buscan reconstruir lo que fue destruido, y a estimar lo que fue despreciado en el plano cultural y religioso. Dicha corriente de revitalización constituye una manifestación de la lucha de los mayas para perpetuarse como pueblo.

 

 

Dr. Demetrio Cojtí Cuxil

Miembro del Centro de Documentación

e Investigación Maya